Clara se despertó como siempre: con la alarma sonando en el tercer intento, una lista de pendientes en la cabeza y una sensación de cansancio que no era nueva.
Mientras preparaba el desayuno para sus hijos, respondía un mensaje del trabajo y pensaba en qué comprar para la cena, una pregunta le vino a su cabeza:
“¿Y yo? ¿Dónde estoy?”
Pero enseguida se la saco
No tenia tiempo para pensar en eso.
Otro día por delante, otro día corriendo tras la vida como si siempre estuviera llegando tarde a algo.
La trampa del “después”
Clara postergaba muchas cosas:
Ese curso que quería hacer, las salidas con amigas, ese libro que dormía en su mesa de luz.
Y sobre todo, postergaba escucharse.
Porque sentía que si se detenía… se iba a desarmar.
“No tengo tiempo para mí”, se decía.
Y lo creía. Porque su agenda estaba llena.
Pero su alma, no.
El día que Clara se quebró… algo se encendió
Esa tarde fue una pavada.
Su hijo le pidió algo que no podía resolver en ese momento, y Clara explotó.
Lloró en el baño. Lloró de agotamiento, de enojo, de vacío.
Y cuando se secó las lágrimas frente al espejo, se miró con otra cara.
“No puedo seguir así”, se dijo.
Y esa vez, fue distinto.
Porque por primera vez no se juzgó por sentirse mal.
Se dio permiso para preguntarse: ¿cómo quiero vivir?
No se trataba de hacer más. Se trataba de hacer distinto.
Clara no cambió su vida de un día para otro.
Pero empezó un proceso terapéutico distinto a todo lo que había probado.
Un espacio donde no le pedían que encaje, ni que rinda.
Donde podía explorar quién era más allá de los roles.
Una terapia basada en la integración del cuerpo, la mente y el espíritu.
Sin fórmulas mágicas. Con presencia. Con escucha. Con profundidad.
Una terapia que no te exige ser perfecta, sino que te invita a ser vos
Desde la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), Clara aprendió a reconocer que no podía controlar todo lo que sentía, pero sí podía elegir cómo actuar desde sus valores.
Aprendió a estar presente, aunque duela.
A dejar de evitar su malestar y empezar a abrazarse en sus partes rotas.
Y cuando empezamos a trabajar desde la conciencia corporal —con ejercicios de respiración, escritura y pequeños rituales de pausa— su cuerpo también empezó a hablar.
Porque el cuerpo siempre cuenta lo que el alma calla.
Pequeños gestos, grandes comienzos
Una tarde, Clara dijo:
“Hoy me senté a tomar un café sola, sin celular. Cinco minutos. Fue excelente.”
Y ese fue su primer “sí” hacia ella misma.
Porque recuperar el tiempo no es tener más horas, es decidir qué hacer con lo que tenés.
Esta historia podría ser la tuya.
Si sentís que vivís en automático, que te estás quedando al margen de tu propia vida, quiero que sepas que hay otra forma.
Una en la que no estás sola, ni sobreexigida.
Una en la que podés sanarte sin abandonar todo lo que sos.
En mi espacio terapéutico, creo procesos donde cuerpo, mente y alma puedan encontrarse y empezar a sanar.
Escribime y empecemos juntas. No tenés que tener tiempo. Solo decisión.



