Si fuera una clase de yoga que no te gusta, ¿te quedarías?
Supongamos esto: te anotás en una clase de yoga…
Y el profesor no te gusta. Su energía, su forma de hablar, su trato.
Te incomoda. No conectás.
¿Qué hacés?
Lo lógico sería que no vuelvas, ¿no?
Entonces… ¿por qué cuando no estás bien con tu pareja, no decidís con la misma claridad?
Cada semana me escribe alguna mujer con esta pregunta, en distintas formas. Mujeres que no están bien en su relación, que se sienten vacías, tristes, frustradas.
Pero que no pueden decidir.
No terminan de irse.
Y eso las angustia.
¿Querés saber por qué?
Porque no es tan simple como parece.
Y porque hay 3 grandes trabas internas que te frenan a la hora de tomar decisiones en pareja.
Vamos a ponerles nombre. Y cuerpo.
1. La culpa
Ay, la culpa.
Esa emoción silenciosa y destructiva que nos enseñaron a tragar desde chicas.
Culpa por no hacer funcionar la relación.
Culpa por pensar en irte.
Culpa por dejarlo “solo”.
Culpa por sentir que te rendís.
Aunque lleves meses —o años— sosteniendo algo que te lastima.
Muchas veces me cuentan cosas como:
“Yo vivo en su casa… Y cuando ya no doy más y le digo que me quiero ir, me contesta `¡Ah, qué fácil para vos! La que no quiere arreglar nada sos vos´. Y ahí me quedo. Otra vez. Me siento culpable, pienso que reaccioné impulsivamente…”
Y entonces te tragás la bronca. El cansancio. La tristeza.
Y volvés a postergarte.
Otra vez.
La culpa aparece también cuando, después de ceder mil veces, un día explotás.
Y ahí, toda la escena gira alrededor de vos, como si fueras la loca.
“Le dije cosas horribles… Y después me sentí fatal. Porque sí, me había fallado otra vez. Pero también me pasé, y me dio culpa haber reaccionado así.”
Y claro. Te lo creés.
Te tragás su parte, la tuya, y el doble turno emocional.
Porque el problema es ese: cuando sentís culpa, te hacés cargo de todo.
Y no podés separar tu parte de la del otro.
Y sin esa claridad… es imposible tomar decisiones sanas.
2. La inseguridad
La pregunta más común que escucho es:
“¿Y si el problema soy yo?”
Y aparece el ruido mental, la duda constante, el miedo a equivocarte.
“Él me descalifica, pero yo también a veces lo presiono.”
“No me siento querida, pero ¿será que estoy pidiendo demasiado?”
“A veces siento que soy yo la que busca conflictos…”
Y en esa confusión, un día estás segura de que te vas.
Y al día siguiente, él está cariñoso…
Y volvés a dudar.
“Cuando está bien, me engancho con su parte linda. Y cuando está mal, siento que me lastima… Pero no sé cuál pesa más.”
Todo eso es normal.
No es que estás rota.
Es que estás atrapada en una relación que no te da claridad, ni seguridad emocional.
Y sí: cuando tenés toda la información real sobre la mesa, cuando ponés luz y conciencia sobre lo que pasa… la decisión se vuelve mucho más nítida.
3. El síndrome de la inversionista
Este es uno de los más dolorosos, porque se disfraza de lealtad.
“¿Cómo voy a dejarlo ahora, después de todo lo que construimos?”
“No quiero tirar por la borda estos años.”
“Él antes era otra persona. ¿Y si vuelve a ser así?”
Te aferrás a lo que fue, no a lo que es.
Y te aferrás al esfuerzo, no al bienestar.
El problema es que cuanto más te esforzás en sostener algo que ya no va…
más difícil se te hace soltar.
“Ya pasé por otras separaciones. No quiero volver a fallar. Esta vez quiero que funcione.”
Sí, entiendo. Pero ojo: querer que algo funcione no alcanza.Una relación no se sostiene solo con el deseo de que sea distinta.
Se sostiene con dos personas comprometidas emocionalmente.
Y si vos estás sola en ese intento… entonces, ya no es un vínculo. Es una carga.
Entonces… ¿por qué no decidís?
Porque tenés culpa, inseguridad y un montón de energía invertida que te duele soltar.
Pero nada de eso debería pesar más que vos.
Vos necesitás habitarte diferente.
Escucharte en serio.
Y dejar de preguntarte si “estás pidiendo mucho”
para empezar a preguntarte si te estás dando lo que merecés.
Si te sentiste reflejada, no estás sola.
Te acompaño a pensar, a sentir, a ordenar.
Pero sobre todo: a volver a vos.
Con calma, pero con claridad.
Escribime, acá estoy.



